Nos parece interesante comenzar reflexionando sobre las últimas palabras del párrafo anterior. No debemos olvidar que alcanzar la perfección es misión imposible. Por tanto, lo más inteligente es saborear el momento, sin forjar falsas expectativas para nosotros ni para quienes nos rodean.
Resulta primordial concebir la Navidad desde lo que cada familia acuerde y determine como consecuencia de sus valores, esperanzas y tradiciones. De este modo se fortalecerán los lazos afectivos que darán lugar a esos sentimientos de pertenencia que subsistirán a lo largo del tiempo. Y proporcionarán a los niños la ayuda emocional que les recordará que son amados y aceptados.
En el instante en que comenzamos el viaje de convertirnos en padres, iniciamos un proceso de idealización del momento. Pero, como dice una frase famosa: “idealizar es el primer paso a la desilusión”.
De las primeras cosas que hacemos es depositar en los hijos nuestras expectativas. No obstante, cada pequeño conlleva un desafío educativo que evalúa de manera continuada nuestras capacidades y pone a prueba nuestra paciencia. Y no podemos cambiarlo sino, simplemente, aceptarlo.
Algunas pistas para el éxito:
La sociedad en la que vivimos es muy competitiva. En muchos momentos se vive de cara a las apariencias, por lo que resulta muy fácil dejarse arrastrar por la tecnología, lo virtual, las redes sociales y, finalmente, dejar de lado las conexiones personales con los hijos. Pero es precisamente el vínculo afectivo el que facilitará que se desarrollen estrategias propias para resolver conflictos comunes tales como las faltas de respeto, rabietas, etc.
El término educación implica guía. Es vital que eduquemos en el respeto, estableciendo límites, manteniéndonos firmes. Haciéndoles comprender que no siempre van a conseguir lo que quieren fortalecemos su tolerancia a la frustración. Y ofreciéndoles cariño aprenderán cómo gestionar las emociones.
Tenemos que enseñarles a reconocer las emociones en la vida real, en su propio cuerpo.
Siempre que nos sea posible debemos señalarles las cosas que hacen que nos sintamos o se sientan de una determinada forma, lo que están percibiendo en un determinado momento; las que nos hacen felices, enfadados, apenados, etc. a los mayores y a ellos mismos. De ese modo aprenderán lo que significa esa emoción. Tenemos que enseñarles a reconocer las emociones en la vida real, en su propio cuerpo.
Si se presenta un conflicto, lo primero que habrá que hacer es identificarlo y desde la coherencia, tratar de solucionarlo. Sin olvidar nunca que la familia conforma un equipo, a pesar de las circunstancias. Un equipo en el que todos son igual de importantes y tienen cabida, y en el que sus diferentes perspectivas, actuaciones, etc., consiguen conformar su categoría de única.
Con los más pequeños vienen sonrisas y alegría. Su inocencia e ingenuidad les hacen creer en cualquier cosa, incluso en personajes que, en tan sólo una noche, son capaces de dar la vuelta al mundo, dejando juguetes, montones de juguetes, a todos ellos. A nosotros nos pasó.
Lo más importante de la Navidad es el tiempo que nuestros padres nos dedicaron para hacer cosas con nosotros.
Aunque no lo parezca a primera vista, si nos detenemos a bucear en nuestros recuerdos, descubriremos que con el paso del tiempo lo principal de la Navidad no son ni las vacaciones ni los regalos que tuvimos. Lo más importante de la Navidad es el tiempo que nuestros padres nos dedicaron para hacer cosas con nosotros. Ese tiempo de calidad en el que estuvimos más relajados, más descansados, porque las rutinas se hacen más flexibles, aunque siguen estando ahí para lo importante. Nos reímos a carcajadas mientras jugábamos a cualquier juego de mesa, cocinamos, improvisamos alguna manualidad o cantamos villancicos.
Nos sentimos especiales e importantes tomando decisiones a la hora de adornar el Árbol de Navidad y/o colocar el Belén. Experimentamos el saber ser agradecidos, dar las gracias por estar juntos, por tener una familia, por apreciar lo que se tiene, por ser afortunados de tener una casa calentita: nos educamos en la generosidad. Y cómo no: aprendimos a recibir regalos, ¡un montón de regalos!
Los niños tan pequeños, no poseen la capacidad de procesar el aluvión de juguetes de estas fechas. Reaccionan perdiendo el interés, van buscando más y más sin prestar atención. Y sin, por supuesto, apreciar o disfrutar de ninguno de ellos. Con esto, lo que estamos generando son conductas ingratas, caprichosas y una baja tolerancia a la frustración.
Por ello, es necesario cuidar que recibir tantos regalos en un espacio de tiempo tan pequeño, tenga una consecuencia positiva, y evitar un efecto de vacío: por no tener el juguete más grandioso, más costoso o más destacado.
En todos los ámbitos de la vida, cuando se presentan demasiadas opciones juntas, es difícil valorarlas y disfrutarlas a un mismo tiempo. Lo que en principio proporciona sensación de satisfacción, enseguida se acaba convirtiendo en cierta decepción, pasando rápidamente a querer más y más. Porque el valor de cada detalle se ha visto diluido en el conjunto.
En estos días podemos aprovechar para fomentar la generosidad.
En definitiva, se trata de conseguir que las Navidades sean momentos de felicidad.
En definitiva, se trata de conseguir que las Navidades sean momentos de felicidad. Que año a año vayan formando recuerdos prorrogados en el tiempo, generando experiencias positivas que les aporten la robustez psicológica que les habilitará para enfrentarse, de forma exitosa a las posibles adversidades futuras.
Las reminiscencias de una Feliz Navidad conforman uno de los mejores regalos que las familias pueden ofrecerles a sus hijos.
Escuela Infantil Alkor
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